domingo, 8 de mayo de 2011

¿PUEDO LLAMARTE DE TÚ?...


Eres, Señor de Pasión, la última esperanza de quienes han llenado
su vida de sueños fugitivos. Están ahí, a la vuelta de la esquina,
viven en esos sitios en los que la realidad está en guerra con los
pájaros. Para ellos Dios es poco más que una mano con dedos
nudosos. Son, Señor, esos hijos tuyos desechables y miserables a
los que ojos egoístas recriminan la existencia desde cualquier
ventana. Son paridos día a día a la intemperie, fantasmas de países
desangrados que jamás son invitados a la gran fiesta de la
humanidad. No van a verte. Suele ser gente de pocas cosas y mal
explicadas. Hay tipos a los que comulgar les da acidez. A otros les
duelen los dientes al rezar. Pero son hijos también de tu Pasión, de
esa palabra tuya que habla de amor. Pero ¿qué mayor amor hay
hoy que la justicia? ¿Dónde está, Señor, la justicia que esperan los
que mueren por llegar al norte, los ahogados de cansancio, los que
no tienen ni padre, ni madre, ni patria, ni casa, ni silla para
sentarse, los que no tienen familia, los que no tienen ni tumba?. Si
levantamos la piel al mar, veremos a muchos de ellos allá abajo.
Cuando la soledad se queda a vivir de madrugada en los
semáforos, cuando se hace el silencio en el rostro demudado del
miedo, cuando los fantasmas siguen el camino que les lleva a donde
no hay ciudad, cuando los puños robustos de la pena apalean a los
indefensos, es cuando más necesario eres.












domingo, 1 de mayo de 2011

¿contámos un cuénto?...

Me dijo una vez una persona a la que hasta el año 2007 las cosas le iban muy bien económicamente. Ganaba mucho dinero que gastaba consumiendo sin control y además había comprometido una parte importante de sus ingresos futuros con un préstamo a largo plazo. Conducía un lujoso automóvil y se iba de vacaciones a lugares exóticos, tenía caprichos caros y cambiaba de teléfono móvil cada pocos meses.

Pero a partir de ese año las cosas empezaron a cambiar. Sus ingresos, que pensaba que iban a aumentar siempre, comenzaron a disminuir. Había aparecido la crisis, pero se negó a aceptar la situación y decidió que sería una crisis temporal, que a él no le afectaría, y que pronto volveríamos a lo de antes. Por eso no creyó necesario reducir su nivel de vida. Para mantener su ritmo de gasto comenzó a pedir pequeños préstamos al banco, aumentando así su deuda total.

Sus amigos y familiares le advertían de que no podía seguir así, que tenía que reducir sus gastos o aumentar sus ingresos, pero no podía continuar endeudándose eternamente. A pesar de eso siguió igual hasta que un día fue al banco a pedir un pequeño crédito y le preguntaron por primera vez si estaba seguro de que iba a poder devolverlo. Le negaron el crédito hasta que hiciera su deuda sostenible y se le vino el mundo abajo. Ya no podía seguir negando la crisis, le estaba afectando de lleno, y comenzó su ira.

Necesitaba echarle la culpa a alguien de su situación, y no pensó en ningún momento que él mimso pudiera tener algo de responsabilidad. Algunos le echaban la culpa a los políticos, los sindicatos, etc, pero él decidió que la culpa era de los bancos por no darle más créditos y los acusó de especuladores y mafiosos, algo que no había pensado cuando le daban los préstamos que pedía. Pero pronto se dio cuenta de que así no resolvía su situación. Comenzó entonces a negociar una salida.

Intentó negociar con el banco, pero no cedieron, pidió ayuda a amigos y familiares, pero todos estaban también en mala situación económica. No tardó en darse cuenta de que no tenía salida, y le entró la depresión.

Estaba acabado, debía al banco más de lo que podía pagarle, le iban a embargar, ya se veía en la calle, sin nada, hasta que decidió que no podía seguir así, que las cosas ya nunca más iban a ser como antes, que tenía que adaptarse a la nueva situación y cambiar todo lo que hubiera que cambiar en su vida. Lo primero que decidió fue tirar la tarjeta de crédito y no pedir nunca más un préstamo al banco, la segunda decisión fue buscar una salida colectiva, él solo no podía hacer frente a su situación, que era la de muchos.

Comenzó haciendo una lista de sus gastos para adaptarlos a sus ingresos, eliminó todos los gastos innecesarios, y aumentó además la eficiencia de sus gastos, creó una cooperativa de consumo con sus vecinos y consiguió disminuir aún más sus gastos. La cooperativa le ofrecía también la posibilidad de utilizar un huerto comunitario y una fuente de energía limpia y barata.

Su vida había cambiado, tenía garantizado lo necesario y se sentía más feliz con menos, la vida ahora era más colectiva y menos individualista, cooperaba en lugar de competir, lo inmaterial como la felicidad, el amor, la libertad, la creatividad, tenía ahora más importancia que antes. Había cambiado su sistema de creencias, su escala de valores, en realidad, para él había cambiado el mundo, su mundo.

¿Fin del cuento?