No se ve nada desde lejos, sino que por una carretera de curvas y de castaños llegamos de repente a la primera calle de este pueblo de cuento.
Es pequeño pero con encanto, y ese color azul de sus casas rompe con el blanco de todos los pueblos encontrados por el camino.
Sus calles son empinadas; está rodeado de altos picos, y el aire huele a hierbas frescas, castaños y flores. Se oye el murmullo del agua, algún pequeño riachuelo pasa cerca.
El paseo por sus calles es tranquilo y ves dibujado en sus fachadas esos pequeños personajes azules que lo han hecho últimamente tan famoso.
Por una de esas calles encontramos juntos el Ayuntamiento y el Cementerio y detrás justo está la Iglesia, donde delante de esta, en una pequeña plaza, los fines de semana encajan un pequeño MercaPitufo, donde hallamos junto a cosas típicas de la zona, como castañas o quesos, un sinfín de productos relacionados con los Pitufos.
Es en fin un viaje a un pueblo curioso al que el destino quiso que fuese azul.
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